miércoles, 30 de diciembre de 2015

Cada año, cada día


Detrás de todo principio hay un final, y para que algo termine, antes tiene que empezar. 
Sentimos siempre la presencia de ese telón que, al levantarse en el primer acto, queda suspendido, amenazando con caer tras el último, para no volverse a alzar. Y vivimos con esa sombra, ese sentimiento de aprensión, de angustia a que la obra termine. Pero el fin no es más que el principio, o lo que nosotros queramos que sea: el principio de un recuerdo, el comienzo de una nueva historia, un nuevo capítulo o el principio del fin de otra aventura. 
O un mero trámite sin más.

Y es que entre principio y fin se despliega un abanico de posibilidades. Nuevas escenas, capítulos, movimientos, luz, música, gestos, colores, sensaciones, sentimientos, ritmos y conversaciones. Hay días, horas, minutos y segundos. Cifras infinitas. Hay siglos de Historia, de riqueza y de sueños, cumplidos y sin cumplir. Hay ciclos idénticos, patrones que se repiten con sus principios y finales… y ninguno es del todo igual. Cada año es diferente y cada día, dentro de su monotonía, en la que el sol se levanta y vuelve a acostarse, y nosotros con él, también lo es.

Inviernos, primaveras, otoños y veranos se suceden impasibles. Y sin embargo, en primavera, las flores no tienen un día fijo para sorprender a las calles con su luz, ni en otoño los colores de las hojas tienen la misma manera de desprenderse. Tampoco el azul del mar embriaga con igual intensidad, ni las olas al romper siguen el mismo compás.

Porque ninguna de las cosas que parecen iguales a nuestros ojos lo son en realidad. 


Tampoco nosotros. No pensamos igual, no miramos igual, no reímos igual ni tenemos los mismos sueños. Nuestros sentimientos no son los mismos y, cada año, terminamos con un corazón que ha amado, dado, entregado, recibido y abrazado más de lo que había esperado. Cada año nuestro corazón es ensalzado por la belleza, sobrecogido por la inmensidad, plenitud e infinitud del Amor. ¿Cada año? Cada día.

A cada momento, vivimos la eternidad. Porque el amor que se ha dado un día, se ha dado para siempre. Y es que, el Amor, hace eternas todas las cosas. Es la fuerza que mueve el mundo, la luz que ilumina nuestra vida, el motor de nuestros actos, la plenitud que nuestro corazón anhela. A fin de cuentas, somos indigentes, vulnerables, necesitamos del otro, el ser humano necesita de otros. El ser humano tiene sed de entrega y tiene sed de Amor.
Y aquél que tenga valor para reconocerse necesitado, no conocerá el final, sino que se sumergirá de lleno en una Historia con un principio mucho anterior a su existencia que le conducirá a la eternidad de una vida en el Amor.

Así que cuando sientas que te aproximas a un final, cuando intuyas que hay un libro que está a punto de cerrarse o sospeches que un camino llega a su fin:
Ama hasta la locura.
Ama hasta que duela. 
En definitiva, Ama, y haz lo que quieras.

Porque cuando llegue el final y seamos despojados de todo, lo único que quedará será el Amor. Porque cuando llegue el final y seamos despojados de todo, lo único que quedará será Cristo.


lunes, 2 de noviembre de 2015

La belleza del mundo

Las gotas, ligeras, golpeando las hojas de los árboles a un compás irregular, creando, en un susurro, una sinfonía de sonidos. Los rayos de luz sin cejar en su empeño, tratando de abrirse paso entre las nubes. El ruido de la lluvia martilleando mi ventana, las puntas de los árboles desteñidas por el otoño. A mi lado, una taza de café, en el corazón, la certeza de que el ser humano está sediento de belleza. 

Nos referimos a la belleza como «propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual». Y a mi no me convence. 
No creo que la belleza esté allí donde estén las cosas, no concibo que sea una propiedad como tal, sino que la belleza está ahí, es. La belleza es eterna porque, antes de que hubiese nada, la belleza ya existía.

Sí, codiciamos la belleza. No nos preocupamos por definirla, sólo por encontrarla y ser capaces de reconocerla. Por eso, a diario, emprendemos un viaje en su búsqueda, una búsqueda en la que no somos del todo inexpertos pues, en el fondo, a la belleza todos la conocemos bien: se esconde bajo las formas más diversas, es subjetiva, alegre, sincera, auténtica, sencilla...Le habla a nuestro corazón, despertando en él el anhelo de no dejarla escapar, el deseo de sumergirse en ella, de mimetizarse con ella y ser bello también.

Viajamos. Vivimos. Descubrimos. Y esta belleza parece hacerse más evidente, se manifiesta con fuerza ante nosotros en aquello que es distinto, misterioso, en lo que no conocemos. Rincones del mundo, vírgenes, salvajes, lugares desconocidos en los que el silencio, cómplice, nos invita a la contemplación. Rincones del mundo y de la personalidad. Viajamos a diario, a través de los sueños, la imaginación, los recuerdos; a través de la mirada, de los sentidos... A través del Amor. Así, sorprendemos a la belleza, viajando escondida, huyendo de la monotonía, en cada conversación, en cada persona con la que nos encontramos y en cada cosa que hacemos, y por eso, las cosas nunca son sólo cosas.

Muchas mañanas me reciben con el abrazo del amanecer, otras veces son las tardes las que, nostálgicas, me dejan un dulce sabor de boca con su atardecer. Y son esos momentos, cuando los colores envolventes llenan mi retina con su calidez, en los que mi alma se estremece al ser consciente de estar contemplando algo que el ser humano no puede crear, al sentir que «sólo Dios es capaz de crear obras maestras, absolutamente únicas, mientras que el Hombre sólo sabe imitar.»


Sí, la belleza es eterna.
Y entiendo que Dostoievski dijera que la belleza salvará al mundo, porque es cierto que «la verdad se detiene en la inteligencia, pero la belleza penetra en el corazón».  

El Hombre es bello, y puede tratar de crear belleza y hasta de darle una explicación, una definición, puede decir qué es, pero no por qué es. 
La ausencia inmediata de respuesta a ese porqué conduce irremediablemente a plantearse que, si la belleza responde a un para qué, tendrá que haber un quién. Y al preguntarme para qué existe la belleza, por qué cada tarde el sol se va, dejando el cielo en llamas, no puedo sino maravillarme al escuchar que la respuesta que late con certeza en mi corazón es: para tí.

Y así, la belleza del mundo, me sumerge en lo hondo del Amor de Dios.

Sí, creo que la belleza del mundo, la de las personas, la de sus gestos, la de la naturaleza, en definitiva, la de la Creación, es la belleza de Dios, es Su Huella. Es el regalo que el Hombre busca poseer y olvida admirar, que busca doblegar y deja de alabar. La belleza es la Voz que despierta algo en nosotros, porque es una voz familiar, que reconocemos, a la que pertenecemos: la Voz de Aquél que ha plasmado Su belleza en nuestra alma.


Vídeo: LA BELLEZA DEL MUNDO 
Dirección: Alejandra Barrenechea-Mercedes Sagüés-Iciar Urcelay
Fotografia: Nacho Pérez de Guzmán
Inspirado en "Autorretrato con Radiador"; Christian Bobin.

sábado, 2 de mayo de 2015

Under the willow tree

Plantar un sauce llorón en mi jardín. ¡Qué no soñaría yo si tuviese un jardín en el medio del cual se alzase un sauce llorón!

Uno grande, de esos con años e historias, con ramas que, livianas y perezosas, cayeran en cascadas hasta rozar el suelo. Tener que apartarlas para adentrarme en su sombra, sentarme entre sus raíces y recostarme en su tronco dejando pasar las horas acompañada, tal vez, de un buen libro.

En las tardes de primavera cerrar los ojos para escuchar el ruido del viento meciendo las ramas, percibir la melodía de la naturaleza al atardecer, sentir que la brisa que oigo, siento, y sin embargo no veo, es tan real como cada latido de mi corazón. En las mañanas de verano cobijarme bajo sus ramas y su sombra para huir del calor. Esconderme, refugiarme a sus pies y ahí, sentirme pequeña, segura y confiada para dejar mi mente volar y soñar. Y en ese preciso instante, tomar conciencia de que estoy viva, sentir que todo a mi alrededor está vivo y que ya lo estaba mucho antes que yo. Saber que cada latido de esa tierra y cada soplo de ese viento son los que me insuflan vida y sentir entonces que esa vida es un regalo y que poder vivirla es un privilegio. 


Nunca antes pensé que vivir fuese un privilegio y lo cierto es que, hoy, así me lo parece. Al mirar a mi alrededor no sólo veo toda esa vida que en su seno nos acoge, sino también todo ese extraño empeño del ser humano en acabar con ella y, como dijo Victor Hugo, produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras el género humano no escucha.

En mi mente aflora la idea de que tal vez yo podría haber sido otro de esos niños que no nacen porque sus latidos son demasiado tenues y sus cuerpos demasiado menudos para que alguien se atreva a reconocer que están vivos y merecen nacer. O, tal vez, mi sangre podría estar bañando la arena de alguna playa del Oriente Próximo por afirmar que hay una Sangre que se derramó por Amor por nosotros y que, cada día, limpia el pecado del mundo.

¿Cómo no sentirme privilegiada si ha sido esta la vida que me ha sido regalada?

Sé que me repito, que a menudo hablo de que nada tenemos que no hayamos recibido pero, lo cierto es que no puedo evitar que esta idea me remueva por dentro, porque, ¿acaso ante tal privilegio no debiera yo perder mi vida, darla, devolver cuanto he recibido para tratar de ganar la eterna?
Dice San Agustín que si no quieres sufrir, no ames, pero si no amas, ¿para qué quieres vivir?
Si lográsemos que nuestra vida fuese pura expresión de Amor todo el mundo vería el rostro de Dios, nadie podría decir que no le conoce, y todo el mundo encontraría Su presencia tan real, que viviríamos, realmente, el Cielo en la Tierra.

Bajo la sombra de mi sauce llorón la incertidumbre ante esta verdad agita mi corazón haciéndome tomar conciencia de mi pobreza y pequeñez. Y una frase de mi niñez vuelve con timidez a mi cabeza recordándome que no siempre el camino correcto es el más sencillo.

Efectivamente el camino del Amor no es el más sencillo porque, cuando se ama, se sufre, y sin embargo, es el amor lo que da precio a nuestras obras, nos recuerda San Francisco de Sales.

Y por eso hoy te quiero decir que no tengas miedo a adentrarte en ese camino y que, si lo haces, tan solo hazlo con sencillez y confianza, consciente de que ya estás salvado, y que no caminas solo puesto que todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.


Abre el corazón
Y lo entenderás.

lunes, 2 de marzo de 2015

Existe el amor, lo demás no es real


El universo grita, queriendo llamar nuestra atención, y mientras, como si estuviésemos sordos y ciegos, caminamos cabizbajos obcecados en conocerlo todo, en buscar la causa última de nuestra existencia, el porqué y el inicio de todo cuanto conocemos. Así, cada día, caminamos ignorantes, sin ver ni oír la melodía del mundo que con cada amanecer nos ofrece un abanico de colores y matices sorprendentes. 

Pero si todo lo supiésemos, si todo lo comprendiésemos, si para todo tuviésemos un porqué, si a todo le encontrásemos una explicación... las cosas dejarían de ser como las conocemos y seguramente perderíamos ilusión en el vivir. La vida perdería su misterio y su carácter constructivo, sí, dejaríamos de crecer y desaparecerían los obstáculos a vencer, pues para todo tendríamos respuesta, una ecuación que resolviese el problema cuando la verdad es que los problemas que no podemos resolver son los que más nos engrandecen.

Vivimos la vida con la mirada fijada en un horizonte que no termina, y si la redujésemos a una mera ecuación, este horizonte quedaría truncado y chocaríamos así contra un panorama finito y unos sueños limitados. Y aun así, el hombre, en su gran ego y orgullo, busca controlar todo, busca comprender a Dios, viviendo en un constante planteamiento del porqué, y al hacerlo, entorpece Su Obra. 
El universo grita, queriendo llamar nuestra atención, con su belleza, su grandeza, porque no se resiste al Amor de Dios, porque no pone barreras a Su Mano laboriosa. Y lo cierto es que si nosotros nos dejásemos moldear, seríamos testimonios vivos de los más grandes milagros. Hay corazones que ya lo son y que con su entrega al prójimo, con la belleza de su sonrisa, con su mirada, con su alegría o con su mera presencia y actuar permiten un cara a cara con Dios.


Y al final, al estar tan sumidos en la búsqueda de respuestas y en vivir activamente la vida, hemos perdido la capacidad de amar coherentemente, de armonizar lo que sentimos, lo que queremos y lo que creemos que el mundo espera que queramos. Y esta incoherencia entorpece y limita nuestra capacidad de amar.


Lo cierto es que nada importa realmente, nada tiene verdadera importancia en esta vida más que conservar la capacidad de amar, porque al final de la vida nos examinarán del amor y, cuando ya no haya vida, solo permanecerá el amor. Amar en lo grande, sí, y ante todo en lo más pequeño, en lo más escondido, en lo que nadie ve. Porque somos realmente grandes en la medida en que nos hacemos pequeños. Pequeños como niños, que aman y se entregan sin reservas, a los que nada les resulta indiferente, a los que todo conmueve y los que de todo se sorprenden. Si nos hiciésemos verdaderamente pequeños y confiásemos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor de Dios, viviríamos más felices que cuando buscamos sin cesar salvar al mundo por nuestras propias fuerzas y mentes, sin tener en cuenta que lo que llena al corazón es la entrega en el amor.

fuente: retratodeuninstante

Citando al Papa Francisco, creo que el verdadero comienzo del camino hacia la felicidad es tener la firme resolución de perseverar en el amor fortaleciendo el corazón. Cuando digo fortaleciendo no me refiero a crear una fortaleza en torno al corazón, forjar un caparazón que haga nuestro corazón duro e inquebrantable, inmutable y resistente a todo, sino un corazón grande con una inmensurable capacidad de amar, un corazón que no ponga trabas al Amor que Dios busca poner en él. Porque tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.


El universo grita, queriendo llamar nuestra atención, y, con suerte, si huimos de la indiferencia y tenemos un corazón abierto al amor sabremos oír Su voz.


martes, 6 de enero de 2015

Once upon a time

El ser humano es peculiar. Bueno, para qué engañarnos: somos raros, y raros de narices.
Somos la única especie que vive angustiada por lo que vaya a pasar, sufriendo por adelantado acontecimientos inexistentes, los únicos que vivimos constantemente en el pasado y temiendo al futuro. Somos los únicos que vivimos en un absurdo, alimentados de sueños que no nos atrevemos a perseguir, los que vivimos siempre insatisfechos, los que perdemos el tiempo pensando en cosas que nunca pasarán, los que siempre queremos más. Somos los ilusos que pretendemos que la máxima de nuestra acción se vuelva ley y modelo universal. 


Somos los únicos a los que una conciencia intranquila logra desvelar, los que tenemos una cabeza que está siempre en lucha con un corazón que, de forma sistemática quiere poseer aquello que no puede tener. Somos los que buscamos ser perfectos sin nunca llegar a enamorarnos de la perfección, los que negamos la existencia de Aquél que nos creo y los que damos la vida por Él.

Somos los que tenemos la capacidad de alcanzar lo más alto y hundirnos en lo más bajo, los únicos capaces de tropezar dos veces con la misma piedra y, además, encariñamos con ella. Somos los que tememos los juicios, los que tememos amar, renunciar, sufrir, perder... los que tememos temer. Somos los que nos tenemos a nosotros mismos como peores enemigos. 
Y los únicos con sentido del humor.

Y somos también los que rehuimos nuestros sueños, miedos y todo lo que nos dé un poco de vértigo, y no hablo de vértigo como miedo a las alturas sino de miedo al abismo que se extiende de nuestros pies hasta donde están nuestros sueños, esos que llenan nuestra cabeza y dan alas a nuestro corazón. Esos que tememos perseguir. 
Sí, no cabe duda de que somos peculiares pero la rareza fija el precio de las cosas. Y la rareza del ser humano le hace único, especial y a su vida, nuestra vida, digna de ser vivida.

Somos los únicos a los que no nos basta con sobrevivir, los que no valoramos ganar batallas mientras haya una guerra que vencer, los que nos enamoramos, los que logramos querer al prójimo porque sí y anteponemos su felicidad a la nuestra. Sí, somos los únicos capaces de fingir que estamos bien, de vencer nuestro egoísmo y querer sin condiciones, los que tenemos voluntad para no ceder a nuestros deseos. Somos los únicos con libertad para elegir equivocarnos y los únicos con inteligencia para aprender de nuestros errores.

Somos a los que nos vive la vida más de lo que la vivimos, y los que vivimos soñando con un final feliz para "ser felices y comer perdices" cuando, a la hora de la verdad, no solo son felices los que comen perdices.



miércoles, 31 de diciembre de 2014

El final de una historia que vuelve a empezar



Sentada ante este folio en blanco espero a que fluyan las palabras, los recuerdos de este año que no ha acabado sino que, más bien, no ha hecho más que empezar. Pues todas las semillas que en él hemos sembrado poco a poco en este nuevo año florecerán y darán fruto:
Todas las lecciones aprendidas renovarán nuestras acciones, todos nuestros errores nos harán más sabios, todas nuestras caídas nos ayudarán a caminar más firmes, todo lo que hemos aprendido nos armará frente a las incongruencias de la vida, todo lo que hemos perdido nos hará valorar lo que tenemos, todos nuestros sueños nos incitarán a pensar en grande, todas nuestras decisiones nos darán alas para volar más libres y todas las personas que se hayan incorporado a nuestro viaje nos harán caminar mejor acompañados. De nosotros depende el fruto, de lo que reguemos esa semilla que en alguno de los días pasados plantamos, de nosotros dependerá lo que vaya a germinar. Por eso, este año no ha terminado, sino que no ha hecho más que empezar.



Solemos llenarnos de grandes propósitos, retos y objetivos cuando llega el primer día de los 365 de un nuevo año y este corazón inquieto que hoy escribe no es una excepción, por eso, ambicioso, sueña con logros y futuros grandes proyectos. Pero algo me frena, el Dulce Huésped de mi alma, que con firmeza ahora endereza estos renglones, como ha enderezado los 365 precedentes, abre mis ojos para hacerme ver que la grandeza que yo anhelo no está encaminada hacia el éxito, no está en lo más visible, sino en lo más oculto, en lo más pequeño y sencillo, en lo que nadie ve, en lo que nadie presta atención ni se preocupa de si está o deja de estar, como ese Dios que se hace Niño en Belén.

Una mirada nueva, ojos nuevos para redescubrir lo que ya conozco, eso le pido a este nuevo año. Que cada día sea extraordinario y no porque pase nada fuera de lo normal, porque eso no suele pasar, sino porque yo vea lo excepcional en la oportunidad de vivir una nueva aventura cada día. Ojos nuevos que descubran lo que nadie ve, ojos que escruten constantemente cielo y tierra buscando a Dios, ojos que se crucen con muchas miradas, miradas que hagan que me sobrecoja. Miradas que lleguen al alma, profundas, sinceras, miradas que cautiven, que conecten, que creen una magia que me robe el aliento por miedo a que el compás de mi respiración rompa esa dulce melodía. Miradas que perdonen, miradas que no rehuyan la verdad. Mirar a los ojos para conocer los secretos e inquietudes de cada mente y cada corazón, para llenar la soledad, para dar calor al frío corazón. Coleccionar miradas en ojos que rían, que guiñen, que lloren. Ojos que vivan y que retengan grabada a fuego en sus retinas la imagen de aquellos que se apaguen.


Quisiera mirar distinto, mirar mejor, reenfocar, limpiar mi lente, tener una mirada transparente que afronte la vida sin prejuicios, sin hastío, sin miedo a sufrir, sin desconfianza, sin rutina. Como la mirada de un niño, que descubre y se sorprende, maravillado, de lo que ofrece la vida, hasta lo más pequeño de esta. Mirar a cada persona con amor, con una mirada que no deje indiferente, una mirada que se asome a ese espejo del alma y reblandezca el corazón. Ojos nuevos, sí, y un corazón nuevo también, para amar más y amar mejor.

Que este año, en mi, no se cumpla el "ojos que no ven, corazón que no siente", sino que mis ojos lo vean todo para que mi corazón vibre con pasión y busque entregarse, amar, servir y latir desenfrenadamente al sentir. Sí, que mis ojos vean y mi corazón se acelere emocionado, sobrecogido y extasiado por la belleza y la grandeza de la vida regalada cada día de esta historia que hoy termina para volver a empezar.


sábado, 29 de noviembre de 2014

Más que un sentimiento


Queremos que nos quieran. 
Y que nos quieran como queremos que nos quieran. 
Y que nos quieran como somos y por lo que somos.
Buscamos el amor incansablemente, inconscientemente, aquí, allá... sentimos que lo tenemos, que lo hemos encontrado, y entonces se escapa, escurridizo, como si fuese un espejismo. 

Y olvidamos qué es el amor, porque tenemos una idea distorsionada de él. Queremos que nos quieran pero, ¿queremos querer?, queremos que nos acepten como somos, queremos estar con alguien que acepte libremente nuestros defectos pero, ¿queremos de verdad abrazar los defectos de los demás, abrazar los peros y los contras del prójimo? 

Hoy, con rabia, me doy cuenta de que nos hemos perdido, nos han despistado y confundido, nos han convencido de que el amor hay que sentirlo y nos lo hemos creído. Supongo que será porque resulta más fácil concebir un amor así, pero lo cierto es que hemos echado todo a perder porque el amor no se siente, el amor se VIVE. 

Creo que no me equivoco al decir que el amor es entrega, es compenetración, es buscar el bien del otro por encima del tuyo propio. Por eso los corazones enamorados revolotean sonrientes, la mirada perdida y la cabeza en las nubes, por eso vuelan ligeros por la vida, por eso esos corazones no pesan, porque ya no se pertenecen. Y es que el amor que lo es de veras aun sin querer se delata. 

Que cuando amas de verdad tu vida cambia, todo adquiere otro color, todo lo ves con ilusión, todo lo sufres con ilusión, ninguna derrota es suficientemente grande como para hacerte caer, todo es poco, porque si el otro lo es todo, tú ya no eres nada. 

Vivir para amar, para servir. Encontrar a quien te haga salir de ti mismo, a olvidarte, a quien te lleve a donarte. Encontrar a quien te haga vivir. Ese es el anhelo que late sordamente en nuestro corazón y también el motivo por el cual la cabeza nunca escucha al corazón, porque a la razón le resultan insensatos los profundos deseos del corazón. 

E, irónicamente, a la cabeza le gusta soñar. Soñar con el día en el que encontremos a nuestra media naranja, o medio limón, o medio melocotón, como lo quieras llamar. Pero sigue sin acertar, porque cuando hablamos de querer, de amor, nuestros sueños se quedan cortos, pues difícilmente podemos imaginar hasta donde llegaríamos por amor. La Historia habla incluso de Uno que murió por Amor alegando que nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Yo no hablo de llegar hasta una muerte física por amor, no, hablo del desprendimiento del yo, del olvido de sí, de dejar morir al orgullo, a la soberbia y al egoísmo, a todo aquello que impida la entrega al prójimo. 

Hablo de amar sin medida, sin límites, de querer como quisiéramos que nos quisieran. 
Hablo de autenticidad, de no conformarse con un espejismo del amor, de un amor vacuo y comercial. 
Hablo de un amor que hace feliz, el que consuela al corazón, con el que no hay pena ni dolor, un amor que te vacía de ti mismo para llenarte del otro. 
Hablo de salir a su encuentro con los brazos abiertos, de abrazar el amor y VIVIRLO.





viernes, 14 de noviembre de 2014

Forever young

Cada día tiene veinticuatro horas. Cada año trescientos sesenta y cinco días. Cada vida algunos años y por tanto incontables horas.
Y pasamos un tercio de nuestras vidas durmiendo y dos tercios viviendo sin vivir. 
Contamos los minutos y las horas, y sentimos que son pocas. Siempre necesitamos más, y, mientras lees esto, los segundos, ágiles y silenciosos, se van escapando, sin que nada podamos hacer para evitarlo.
Nuestra vida es una lucha contra el tiempo en la que en vano tratamos de salir vencedores, dándole a cada hora un ritmo vertiginoso del que ni nosotros mismos luego sabemos salir.


Y olvidamos disfrutar. 

Tememos envejecer, crecer, perder... olvidamos ser eternamente jóvenes. La juventud es energía, vigor, frescura, es el primer tiempo de algo. Y si tenemos veinticuatro horas cada día, cada hora de ese día es el primer tiempo de un día, es la juventud de cada día. 

Tenemos el regalo de ser jóvenes cada mañana del resto de nuestras vidas. Una juventud para disfrutarla, para vivirla, para entregarla, para dejarnos seducir por la belleza, por lo bueno de cada día, por lo raro y lo extraordinario y por lo ordinario de la rutina. Una vida para enamorarnos.


Enamorarnos de los detalles del día a día, como del frío de las mañanas soleadas de otoño y de los colores que trae esta estación, de la música de cada persona, de su ritmo, de los que prefieren bailar en vez de correr, de los que tienen sentido del humor, de los que hacen felices con solo sonreír, de los de risa contagiosa, de los que pierden la cabeza con facilidad, de los que te hacen soñar. 

Y soñar con que nuestra foto preferida sea la del momento, la del aquí y el ahora. 

De los que son libres y eternamente jóvenes. De los que se dejan seducir, de los que se dejan robar el corazón, es más, de aquellos que no temen dar su corazón, abrirlo de par en par. De los que nos enseñan a amar. 

Y por qué no, igual también dejarnos robar. La sonrisa, la razón o directamente el corazón.

Si se nos ha regalado el don de la vida, la mejor manera de exprimir los sesenta segundos de cada minuto y los sesenta minutos de cada hora de cada día de nuestra vida es dándolos. Pues no en vano se dice que quien entrega su vida por amor, la gana para siempre.

Que no pase un día sin que pongáis vuestra sonrisa, vuestra alegría, vuestros dones y virtudes al servicio de los demás. Que no pase un día sin que perdonéis, pues no es el tiempo el que hace envejecer sino la falta de amor, y el perdón es la expresión máxima del amor.  Que no pase un día sin que os dejéis sorprender, sin que os asombréis y os maravilléis por vuestra existencia.

Y así, viviréis una eterna juventud, la juventud del alma, la juventud del corazón.




viernes, 31 de octubre de 2014

Nada tenéis que no hayáis recibido

El ruido de mis pasos sobre la tierra y las agujas secas de los pinos era lo único que quebraba la quietud y el silencio cálido de aquella mañana otoñal. A cada lado, se alzaban los árboles, altos, rectos, velando sobre mi lento caminar, cubriéndome con sus sombras, tratando de cobijarme, de cubrirme con su verde red. Y no pude evitar el pensar: qué bien se está aquí.


De vez en cuando el aleteo de un pájaro al alzar su vuelo me sobresaltaba y, cortando el hilo de las divagaciones en las que me hallaba sumida, me hacia volver a la realidad, a tomar conciencia de mi  presencia en aquel lugar. Y mi miraba iba y venía... de los pinos al valle, de ahí a la montaña, se perdía en el azul del cielo o quedaba fija en la oleada de piedras que, junto a mí, la tierra abrazaba, envolviéndolas de musgos y plantas cuyo colorido, si tratase de describirlo, escapaba a cualquier adjetivo.


Y me sentí pequeña, pequeña e insignificante ante tanta belleza.

Se levantó una suave brisa que llenó el bosque con un suave murmullo, y mi mirada quedó fija en aquellos altos pinos y en sus cortezas raídas, teñidas de mil colores. Me fijé en como, detrás de ellos, el sol empezaba a asomar, bañándolos con su luz, sus rayos filtrándose entre las ramas, incansables. 

Y desde mi pequeñez, no pude sino maravillarme por su belleza.

Y fue contemplando la belleza que me pregunté el porqué de una creación tan perfecta para alguien tan imperfecto como el ser humano. Traté de sentir a esa mano que, con cariño, quiso crear todo aquello por y para mí, traté de imaginar Su Mano, moldeándome a mí, su regocijo al pensar en ese momento y ese lugar para mí. Traté de imaginar ese Corazón que alberga tanto amor, que ES amor. Traté de concebir cómo puede ser ese Amor, un amor que mendiga el nuestro para poder comunicar Su Vida. 


Contemplé los juegos de luz, como esta recorría, escurridiza, el follaje de los arbustos, como jugaba con las sombras, como resaltaba matices, como embellecía los colores... entendiendo que esa luz es la Luz que viene a salvar al mundo. 

Mi corazón, inquieto y avergonzado, volvió a buscar un porqué, incapaz de entender su egoísmo, al ver como Él, sin reparos, todo le había dado. 

La Creación, su Hijo, su Amor, el Perdón, la Vida.

Quise gritarle al mundo la Verdad. ¿Cómo es posible que algo tan brillante pase desapercibido a ojos del mundo? ¿Cómo puede ser que nuestro corazón no intuya su grandeza, su trascendencia? Lo dijo San Agustín: "Nos hiciste para Ti Señor y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en Ti".

El mundo aparta los ojos de esta inquietud, busca acallar esta intuición y lo cierto es que, mientras el ruido de lo placentero y lo útil siga ensordeciéndonos, no aprenderemos realmente a amar, a servir, a vivir. 

Y deseé tener el valor de amar, de fundir mi corazón con el que palpita en la Creación. 


Y entendí aquello que la Madre Teresa de Calcuta escribió, que "a Dios no lo podemos encontrar en medio del ruido y la agitación. En la naturaleza, los árboles, las flores y la hierba crecen en silencio; las estrellas, la luna y el sol se mueven en silencio. Lo esencial no es lo que decimos sino lo que Dios nos dice a nosotros y a través de nosotros. En el silencio, Él nos escucha; en el silencio Él habla a nuestras almas. En el silencio se nos concede el privilegio de escuchar su voz."





Y esa suave brisa le había hablado al silencio de mi corazón.



miércoles, 17 de septiembre de 2014

Hidden sunflowers

"Lo que más me frustraba era ver como mendigaba amor, como trataba de aplacar esa sed de infinitud por la que su corazón ardía, conformándose con unas migajas del cariño pasajero que él podía ofrecer. 

Vi como eso iba desgastando su interior, vi cómo poco a poco se iba transformando en ese tronco desnudo que presentan los árboles al final del otoño, cómo sus hojas, poco a poco caían, desgastadas, desgastadas como su amor, ese amor que la fue apagando, desnudando. Y en las frías mañanas tuve ganas de abrazar ese tronco rígido, frío, quise reparar su corazón quebrado y hacer perennes sus hojas. Y fueron cayendo, y su tronco ennegreciendo. 

Un buen día, se terminaron las migajas, y aquello que la había deslumbrado pasó, como un rayo fulminante, cegándola, haciéndole creer que aquello tan brillante era esa infinitud que buscaba. Pero en la oscuridad de su ceguera me confesó que en vano se había entregado a aquel paisajismo, aquel reflejo que no era más que un leve destello de algo no verdadero, algo que había terminando fundiendo su propia luz.
Y al verla sufrir recordé aquel pasaje de cierto libro que una vez leí que decía que el amor nunca se malgasta, aunque no te lo devuelvan en la misma medida que mereces o deseas y que los corazones rotos se curan, los corazones protegidos acaban convertidos en piedra. Y en la oscuridad recé para que su corazón no se endureciera y que aprendiera de su desnudez. 

Que aprendiera a diferenciar la luz de lo efímero del mundo que ciega y nubla los sentidos de la luz eterna que conquista el corazón y enaltece el alma. Que aprendiera que el corazón que había recibido era tan digno y sagrado que tan solo lo puro podía hacerlo brillar, que tan solo podía abrirle las puertas a aquello que lo fuera a ensalzar. Que fuera consciente de su fragilidad, de su sed de amor, que no tenía que ser nada, pues ya lo era, y que debía buscar a alguien que la amase a pesar de su pequeñez, es más, a causa de ella.

Que le hiciera recordar que era pequeña.

Y el tiempo pasó, y sus ramas quebradizas temblaban en las frías mañanas. Hasta que llegó él. Fue una tarde, con el sol poniente, llegó como una brisa, una brisa ligera que arropó su tronco desconchado y que hizo temblar las últimas hojas amarillentas que se resistían a caer, como las viejas cicatrices de los viejos corazones, esas que los endurecen. Y él con dulzura acompañó su caída, meciéndolas, haciendo liviano su vuelo. La despojó de todo aquello que podía alejarla de él, trató de evitar que las heridas quedaran abiertas, trató de pintar las cicatrices, trató de engrandecer su pequeñez, trató de hacerla relucir.

Pero sabía que él sólo no podía y le pidió que se girase hacia el Sol levante, para que la luz, esa Luz que viene a salvar al mundo de las tinieblas cada mañana, hiciese salir nuevas hojas en ese tronco húmedo para que, al fin, tantas tormentas diesen su fruto y floreciese, como un pequeño girasol.

Y ella entendió que aquello era lo que su corazón buscaba, que ahí era donde su alma quería reposar, que ahí era donde se hallaba la felicidad. 

Y hoy extiende sus brazos y demuestra que el alma puede partir el cielo en dos y dejar que el rostro de Dios brille a través de las nubes. "



lunes, 4 de agosto de 2014

Like the risen sun

"Cuando lo urgente parece ganar siempre la partida a lo importante", cuando el mundo grita intentando acallar la voz de la conciencia, intentando aplacar la inquietud natural del corazón. Y es que nuestro corazón se agita, inquieto, intuyendo que el Hombre está hecho para conquistar, no solo la Tierra, sino también para ganar el Cielo. Y creo pensar que, si tuviese alas como un pájaro, volaría sin cesar, alzaría el vuelo y ascendería hacia la bóveda azul, incansable, inquebrantable en su férrea voluntad de alcanzar la paz que ofrece el eterno descanso en lo más alto. Pues así son los anhelos del corazón: ardientes, implacables, inevitables.

Pero no deja de ser un corazón de carne, un corazón palpitante, un corazón del mundo y, en algún momento, mientras agita sus alas doradas bajo la luz del sol, echará en falta ese suelo firme del que procede y se parará, rodeado de un velo de algodón, y contemplará el glorioso escenario que a sus pies se desplegará y entonces, solo entonces, entenderá. 

Entenderá porque, desde lo alto, la perspectiva le ayudará a encontrar lo escondido, a percibir aquello que no es evidente a ojos del mundo, ojos que tan solo se ven atraídos por lo brillante, lo deslumbrante. 









Verá desde ahí las historias que esconden las sonrisas, verá que hay personas tristes que huyen de la nube gris que les oprime y personas amargas que buscan permanecer en ella. Y constatará que el mundo anhela la grandeza y olvida que a menudo no es en ella en donde se encuentra la belleza, que espera la felicidad sin salir a su encuentro, que exige lo extraordinario sin comprender que su mera existencia es de por si excepcional. 

Se asombrará al ver que la gente encuentra anodino lo cotidiano, aburrida la rutina, ajenos a que el cambio que buscan en sus vidas debe nacer de su actitud y que no depende más que de ellos el hacerla brillar. Ojalá admirasen más la creación, la naturaleza. Ojalá no diesen por sentada la belleza ni encontrasen que es justo vivir un día más. Ojalá supiesen de verdad qué hay detrás de todo, ojalá se hiciesen pequeños para buscar en lo escondido, ojalá no se deslumbrasen por lo grande sino se enamorasen de la simplicidad de lo más pequeño. Ojalá no se contentasen con ver y empezaran a contemplar, se regocijaran en la belleza y aprendieran a valorarla. Ojalá contemplaran, sí, ojalá se detuviesen en algún punto del camino para admirar el trecho recorrido y sobrecogerse por lo que les queda aún por andar. Ojalá que desde el abismo de su nada buscasen ser y no tanto tener.

Ojalá aprendamos a amar, ojalá escuchemos más a ese corazón que desde lo alto todo lo ve.
Ojalá sepamos valorar la sinceridad de un corazón ardiente, sin máscaras, sin grandezas, sin pretensiones, un corazón puro, como la belleza del mundo que grita a los cuatro vientos que existe el Amor, un Amor que, aun no siendo amado, ama a todos.



lunes, 5 de mayo de 2014

Let it be


Tengo una pregunta: ¿eres todo lo feliz que podrías ser?

Puedes decirme que no entiendes la pregunta, que siempre se puede ser más feliz.
Pero no, yo te pregunto si las decisiones que has tomado, si el bien que has buscado te hace feliz o si, tal vez, algo en tu interior te dice que hay algo mejor, que podrías ser más feliz. 

Te diré algo, en esta vida sólo los valientes son felices. Sólo aquellos que son lo suficientemente valientes como para dejar a un lado lo bueno siguiendo esa voz que dentro les dice que hay algo mejor, llegarán a ser realmente felices. 
Sólo los que renuncian a la comodidad. 
Sólo los que no se conforman.

Porque no vale conformarse. No vale conformarse con lo bueno teniendo la certeza de que hay algo mejor. No vale quedarse de brazos cruzados ante los sueños que motivan nuestro corazón. No vale quedarse con momentos de felicidad, hay que dejar a un lado el miedo, atreverse a soñar y buscar la felicidad plena y real.
Salir de la comodidad, seguir los anhelos del corazón y acallar las torpes estrategias de nuestra engañosa cabeza. Los sueños son posibles, pero requieren valor. Y creo que en esos sueños, en nuestros deseos más profundos, detrás de todo... está Dios, susurrando a nuestro corazón de piedra, buscando inflamarlo con su Amor.

Pero no nos gusta escucharle ¿verdad? Porque Él no habla un lenguaje como el nuestro y, el no entenderle, rompe nuestros esquemas. Y es que no solemos entender lo que nos pide o simplemente muchas veces sentimos que pide demasiado. ¿Y por qué no confiar? Una amiga me dijo una vez que nuestra vida es como un gran tapiz del que nosotros tan solo percibimos las puntadas, leves esbozos de imágenes, pero nunca llegamos a verlo entero. Pero Dios sí y por eso tenemos que confiar en Él, porque solo tomando su mano nos puede guiar, ayudándonos a tejer el tapiz más bello.

Y a veces nos sentimos pequeños, insignificantes, perdidos entre tanto hilo, sentimos flaquear a cada puntada y entonces Él nos regala sus ojos para que, al mirar hacia atrás con perspectiva, veamos Su mano obrando en nuestra vida y veamos un atisbo de ese gran y hermoso plan que Él tiene para nosotros.

Sé que no es fácil. Que cerrar los ojos a las cosas que nos inquietan no está en nuestra naturaleza, dejarlo todo en unas manos que no vemos no es tan fácil. Y es cierto, nosotros no podemos dejar de ser humanos, no podemos dejar de cuestionar a Dios, de buscar controlarlo todo, de tratar de entenderlo todo, de gritar ¿Por qué? Sí, ¿Por qué? 

¿Y qué más da? ¿A caso el entenderlo va a cambiarlo? 
Pregúntate mejor para qué. Para qué pone Dios las cosas en tu vida. Cambia la perspectiva y ya no habrá frustración, ni rabia, ni temor. Encuentra el para qué. Sé valiente, asume lo que Él quiere poner en tu vida, confía en Sus Planes y disfruta de sus lecciones, encuentra el para qué y sumérgete en él, crece en él. 

Porque ya lo dijeron los Beatles:
"When I find myself in times of trouble, 
Mother Mary comes to me, speaking words of wisdom, LET IT BE"





viernes, 28 de marzo de 2014

Women

«Ellas.
Son la eterna primavera, con sus olores dulces, ácidos, agridulces... como sean, siempre embriagadores.
Son su colorido, el rosa de sus labios, el rojo de sus uñas, los tonos ocres de sus sombras. Son su musicalidad al hablar, como el borboteo incesante de una cascada, el trinar de sus risas como el tañir simultáneo de mil campanillas.

Hablo de las mujeres.
De su forma de ver las cosas, de concebir la vida, de sus mil y una perspectivas, de su radicalidad y su bipolaridad. Hablo de su complicación para algunas cosas y su sencillez para otras. De su capacidad de pasar horas hablando delante de una taza de café, o de un buen chocolate, o de una cola light. Hablo de las que les gustan que les cuiden y de las que prefieren cuidarse solas. Hablo de las que les gustan las flores y de las que prefieren la música y sí, también de las que morirían por ambas. Hablo de las que les gustan las copas y las que se pierden en ellas. De las que bailan hasta que no sienten los pies y de las que prefieren dejar los tacones a un lado y pedir la última copa. Hablo de las que lloran con las películas melosas y las que disfrutan de la intriga y la acción. Hablo de las que lo quieren todo, de las que quieren lo que no tienen y no quieren lo que tienen y de las que, teniéndolo todo, quieren más. Hablo de las eternas inconformistas, de su forma de ser, de su locura. 


Hablo de las niñas, esas cándidas soñadoras, que piden deseos, siempre relacionados con príncipes azules, a estrellas fugaces. Hablo de las que esbozan sonrisas fugaces y pestañean para conseguir lo que buscan. Hablo de las niñas, las que juegan a la comba, llevan lazos de colores y dan la mano a sus amigas. 
De la niña que sobrevive eternamente en el interior de toda mujer. 


Mujeres que al fin llevan los tacones con los que de pequeñas siempre jugaban. Mujeres fuertes y sensibles por igual. Mujeres que aún siguen tomando las manos de sus amigas cada vez que estas las tienden en busca de ayuda. Hablo de su belleza, de su coquetería, de su anhelo de amor, de ser cuidadas y queridas, de su feminidad, de su forma de escuchar cuando no hablan y su forma de hablar después de escuchar, de sus diferencias de gusto y opinión... hablo de ellas.

Hablo de las madres, las que darían lo que fuera por aquél o aquella que llevaron en su seno, las que sacrificarían cualquier cosa por verles sonreír, las que renunciarían a su felicidad por la de sus hijos. Hablo de las madres, las hijas, las hermanas, las primas, las tías, las amigas...
Hablo de las mujeres.


Hablo de la manera en que todas ellas brillan, relucen, embriagadas de felicidad, cuando encuentran a un hombre con el que compartir su día a día. La forma en que sacan lo mejor de sí mismas cuando se enamoran, cuando, por él, logran superarse como jamás pensaron lo harían. Hablo de sus sonrisas cuando aquél que robó su corazón lo cuida y lo hace más grande y mejor. De su ilusión y sus ganas de hacer más felices a sus compañeros de viaje. Hablo de las que vencen su orgullo y se reconocen necesitadas, de las que piden ayuda, y de las que se dejan ayudar aún sin haber pedido ayuda. 


Hablo de las que se casan y el día de la boda no lucen solo un bonito vestido sino una mirada de amor y una sincera sonrisa porque saben que tendrán por marido al mejor amigo que siempre buscaron. Hablo de las que, en el matrimonio, encuentran su camino de santidad. De las que aguantan las dificultades y nunca pierden la esperanza de pensar que algo mejor está por llegar, de las que son pacientes, de las que aprenden del amor, de las que se sacrifican... de las que comparten su vida medio siglo con el mismo hombre y te dicen que volverían a hacerlo una y otra vez. 
De las que aman.

Hablo de lo que las mujeres creen ser y de lo que verdaderamente son.
Hablo del corazón de la mujer y de todo lo bueno que cualquier hombre, con amor, cariño, atención y paciencia, puede sacar de él»



sábado, 15 de marzo de 2014

Quiere si te atreves


Hoy quiero contarte que tienes más de lo que crees. 
No me refiero a tener, tener como tal, a esas cosas que puedes contar y palpar, no, me refiero a lo que tienes tú y solo tú por ser quién eres, por ser como eres. Me refiero a esas cosas que llevas en tu corazón, a esas ideas que bullen en tu mente, esos sueños que te mueven, esas cosas que te motivan y encienden tu alma.

Hablo de tus inquietudes, de tus valores, de tus capacidades, de tus ideales. Hablo de lo que eres, de lo que no eres, de lo que quieres ser y de lo que puedes llegar a ser.

Sobre eso, el tiempo ha ido constituyéndote tal cual eres... las caídas te han ido fortaleciendo y las experiencias te han ido curtiendo. Y ahora llevas una mochila cargada de lo que has querido ir metiendo, vas pertrechado con todo tipo de artilugios para afrontar la vida, todo tipo de herramientas para afrontar la maquinaria de ese gran tren en el que llevas ya tiempo subido. Todo con la esperanza de salir victorioso. 
Al final eres quien eres y lo que llevas en tu mochila. Y esa mochila a veces pesa demasiado. A veces vas cargado inútilmente.

¿Y en tu corazón? ¿Ahí que llevas? Piénsalo, porque igual deberías vaciar la mochila y tratar de llenar el corazón. Quizás sea en él donde resida tu verdadera felicidad, mucho más que en todas las cosas que quieres meter en tu mochila. Porque en ti está tu felicidad. Y con eso me pregunto, ¿para qué quieres más si ya lo tienes todo?
Deja de buscar fuera eso que te falta y adopta más bien una mirada introspectiva.

Si buscas felicidad, sonríe primero y buscar servir a los demás para que ellos sean felices. Verás que en su felicidad encontrarás la tuya.
Si buscas tener, dalo todo porque es dando que se recibe.
Si buscar amor entrega primero tu corazón, vacía todo tu ser de este sentimiento y vuélcalo en los demás. Entrégate a cada pequeña cosa que hagas. Cuida a los demás. Llénate de una actitud generosa porque en un corazón que ama no hay lugar para el egoísmo, el orgullo, la pereza y el egocentrismo. Y en la medida en que logres sacar todo eso de tu corazón verás cómo este se henchirá de felicidad. Volará tan ligero que lograrás olvidarte de ti.  
Y tu amor durará tanto como lo cuides y lo cuidarás tanto como quieras.


Porque todo es cuestión de voluntad. Siempre me dijeron que "si tu veux, tu peux", que si quieres, puedes. Y con tu actitud lograrás llegar más o menos lejos. Puede ser que las circunstancias se levanten contra ti y que igual se impongan a tu voluntad, llevándote al fracaso... pero que no se diga que fue porque no lo intentaste.


Y si lo que buscas va más allá, si quieres más amor y felicidad... igual deberías plantearte que necesitas algo más grande, que necesitas a Dios. Ojalá lo encuentres, porque no está lejos. Tiene su huella grabada a fuego en tu corazón, en ese anhelo del hombre de entrega y deseo de amor y felicidad. Está dentro de ti. No necesitas mover cielo y tierra para que Él llegue a ti, tan solo cierra tus ojos, oídos, boca y sentidos y abre tu alma y tu corazón... y ahí le encontrarás como la tenue luz en la noche que arde en el candil. 
Y cuando lo encuentres, no lo guardes para ti porque el mundo necesita de Él, de su amor, y Él necesita de ti para despertar a todos los corazones. 
Que tu sonrisa sea porque sabes que Él camina junto a ti y que sea tan grande y sincera que todos quieran descubrir qué esconde esa sonrisa, cuál es el secreto de tu felicidad.. 
Y que logres sorprenderlos cuándo descubran que es por Cristo, que es por quien siempre está con ellos. Que se maravillen al comprender que esa felicidad, ese algo que buscaban sin saber que lo buscaban había estado siempre ahí, en sus corazones, aguardando a que alguien como tú o como yo despertasen ese fuego.



Y si buscas el sentido de todo esto, de todo este viaje... yo no te lo puedo dar.


Solo puedo darte un consejo, que empieces a amar porque "amor es el único regalo de Dios Padre, lo demás, viene del amar."

jueves, 20 de febrero de 2014

Detrás de lo bueno, algo mejor

Hoy quiero hablar de renuncias, de renunciar. Renunciar a la comodidad, renunciar a lo fácil, renunciar a lo pasajero, renunciar a lo bueno para alcanzar algo mejor. 
Hoy quiero hablar de renunciar a nosotros mismos. 
Vivimos en un mundo de engaños en el que nos pintan lo fácil, accesible y cómodo como lo bueno.
No digo que tal vez no lo sea, pero creérselo a ciegas es rebajarse, es, sin lugar a dudas, conformarse. 
Porque tal vez sea bueno, sí, ahora, en mi zona de confort. 
Tal vez sea una forma de satisfacer esa necesidad inmediata y caprichosa. 
Pero hay más. 
Siempre hay una meta, algo que supere lo bueno, algo que sea mejor. Y esa meta, ese anhelo, está intrínseco en el corazón humano, inflamándolo, motivándole a superar cualquier obstáculo, a levantarse ante cada caída y a superarse a sí mismo. 


Es la impaciencia del corazón. El quererlo todo, el pretender que sea fácil, que del día a la mañana todos nuestros planes imaginarios se plasmen en nuestra vida y se hagan realidad. Son la impaciencia y la comodidad del corazón, ellos son los culpables de toda frustración. Y esa frustración es tentadora así como también lo es la autocompasión, el centrarse en uno mismo y en todas y cada unas de nuestras limitaciones que pensamos nos impiden ser todo lo felices que podríamos llegar a ser, mientras dejamos de lado, olvidadas y desvalorizadas, todas las cosas que ya tenemos y que nos bastarían para ser felices.

Y cabe decir que es absurdamente injusto no ser feliz. Porque lo tenemos todo, tenemos en nuestras manos todos los ingredientes para ser felices. Así lo ha querido Dios. Puede que, mirando a nuestro alrededor, nos parezca que tenemos más o que tenemos menos que otros pero la realidad es que tenemos justo lo que necesitamos, cada uno, individualmente, en nuestra vida y nuestra circunstancia particular. Digamos que Dios es como un chef de primera: cocine lo que cocine, use los ingredientes que use, el resultado siempre será un delicioso manjar. Pues lo mismo pasa con nosotros. Cada uno es un plato exquisito, con diferentes ingredientes, diferentes instrumentos, diferentes tiempos de preparación... pero al fin y al cabo somos criaturas perfectas de Dios. Y Dios nos pide que seamos felices con lo que nos ha dado, con el plan personal que nos ha forjado a cada uno. No aprovecharlo, no disfrutarlo... es injusto. 
No ser felices es injusto. 
Y egoísta.

Seamos descentrados, salgamos de nosotros mismos, olvidemos nuestros problemas, renunciemos a nuestras preocupaciones. Renunciemos a nosotros mismos. Dejemos todo en Sus Manos, Él es el gran cocinero, dejemos que Él se ocupe de moldearnos según Su Voluntad. Porque la fe no es creer en Dios, sino descubrir que Dios cree y actúa en ti todos y cada uno de los días de tu vida. 

Dios nos quiere, y cuanto mayores sean nuestras caídas, nuestras imperfecciones y nuestra pequeñez, más nos tiende sus brazos de padre para que nos refugiemos y descansemos en Él. Porque quiere prepararnos, hacernos sencillos, humildes, vasijas de barro... para que así le dejemos actuar en nosotros y a través de nosotros le glorifiquemos. 
"God can do whatever He wants to do, however He wants to do it. And He chooses to work in our lives because He loves us. He's good. Hope today's a milestone for what He can do for the rest of your life if you trust Him." -Facing the Giants-

Seamos felices, renunciemos a nosotros mismos, seamos descentrados, busquemos a Dios día a día en las caídas, crezcamos con Él, en Él. Porque Él tiene la receta de tu santidad y está esperando a que tú le busques, le abras tu corazón y le dejes cocinar.