Detrás de todo principio hay un final, y para que algo termine, antes tiene que empezar.
Sentimos siempre la presencia de ese telón que, al levantarse en el primer acto, queda suspendido, amenazando con caer tras el último, para no volverse a alzar. Y vivimos con esa sombra, ese sentimiento de aprensión, de angustia a que la obra termine. Pero el fin no es más que el principio, o lo que nosotros queramos que sea: el principio de un recuerdo, el comienzo de una nueva historia, un nuevo capítulo o el principio del fin de otra aventura.
O un mero trámite sin más.
Y es que entre principio y fin se despliega un abanico de posibilidades. Nuevas escenas, capítulos, movimientos, luz, música, gestos, colores, sensaciones, sentimientos, ritmos y conversaciones. Hay días, horas, minutos y segundos. Cifras infinitas. Hay siglos de Historia, de riqueza y de sueños, cumplidos y sin cumplir. Hay ciclos idénticos, patrones que se repiten con sus principios y finales… y ninguno es del todo igual. Cada año es diferente y cada día, dentro de su monotonía, en la que el sol se levanta y vuelve a acostarse, y nosotros con él, también lo es.
Inviernos, primaveras, otoños y veranos se suceden impasibles. Y sin embargo, en primavera, las flores no tienen un día fijo para sorprender a las calles con su luz, ni en otoño los colores de las hojas tienen la misma manera de desprenderse. Tampoco el azul del mar embriaga con igual intensidad, ni las olas al romper siguen el mismo compás.
Porque ninguna de las cosas que parecen iguales a nuestros ojos lo son en realidad.
Tampoco nosotros. No pensamos igual, no miramos igual, no reímos igual ni tenemos los mismos sueños. Nuestros sentimientos no son los mismos y, cada año, terminamos con un corazón que ha amado, dado, entregado, recibido y abrazado más de lo que había esperado. Cada año nuestro corazón es ensalzado por la belleza, sobrecogido por la inmensidad, plenitud e infinitud del Amor. ¿Cada año? Cada día.
A cada momento, vivimos la eternidad. Porque el amor que se ha dado un día, se ha dado para siempre. Y es que, el Amor, hace eternas todas las cosas. Es la fuerza que mueve el mundo, la luz que ilumina nuestra vida, el motor de nuestros actos, la plenitud que nuestro corazón anhela. A fin de cuentas, somos indigentes, vulnerables, necesitamos del otro, el ser humano necesita de otros. El ser humano tiene sed de entrega y tiene sed de Amor.
Y aquél que tenga valor para reconocerse necesitado, no conocerá el final, sino que se sumergirá de lleno en una Historia con un principio mucho anterior a su existencia que le conducirá a la eternidad de una vida en el Amor.
Así que cuando sientas que te aproximas a un final, cuando intuyas que hay un libro que está a punto de cerrarse o sospeches que un camino llega a su fin:
Ama hasta la locura.
Ama hasta que duela.
Ama hasta la locura.
Ama hasta que duela.
En definitiva, Ama, y haz lo que quieras.
Porque cuando llegue el final y seamos despojados de todo, lo único que quedará será el Amor. Porque cuando llegue el final y seamos despojados de todo, lo único que quedará será Cristo.